La tercera posición del siglo XXI: nuevo mundo, viejos dilemas – Por Sofía De Nicolo

“(…) El conocimiento es siempre una cierta relación estratégica en la que el hombre está situado. Es precisamente esa relación estratégica la que definirá el efecto del conocimiento y, por esta razón, sería totalmente contradictorio imaginar un conocimiento que no fuese en su naturaleza obligatoriamente parcial, oblicuo, perspectivo”. Jorge Bolívar. Politólogo y ensayista.

El pensamiento de Perón y el mundo que sobrevino a las “dos guerras mundiales”

El pensamiento de Perón se constituye, por sobre todas las cosas, como un saber práctico. Es lo que llamamos una filosofía de la praxis. Es -y digo es porque sigue vivo en quienes encontramos en el peronismo una forma de habitar el mundo- profundamente estratégico y como tal, requiere siempre de la conducción política. El pensamiento para la acción de Perón asoma en un mundo dividido entre dos imperialismos: el de los Estados Unidos y el de la Unión Soviética. Es importante recalcar, como decía Vivian Trías, que ese período de “Guerra Fría”, fue también el período de “internacionalización de la economía norteamericana y norteamericanización de la economía mundial”, a través de la instauración del “patrón dólar”, sellado en los acuerdos de Bretton Woods. En palabras de Trías, Estados Unidos se convierte así, en “gendarme del capitalismo mundial”.  Es así como los organismos imperantes durante la Segunda Posguerra Mundial -la mayoría hoy vigentes- fueron liderados desde oficinas radicadas en Washington, el centro de poder financiero y militar mundial. En febrero de 1945 se reunieron en Yalta, en la costa de Crimea, los “Tres Grandes”: Roosevelt, Churchill y Stalin. Allí se decidió que el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas quedaría constituido por cinco miembros permanentes con derecho a veto: los Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y China, a los cuales se agregó Francia después de que los Estados Unidos reconocieron finalmente al gobierno de Charles de Gaulle, exiliado en Londres. Geopolítica y filosóficamente, el mundo queda dividido en dos: la esfera de influencia norteamericana y la esfera de influencia soviética. Quedando América Latina y el Caribe, bajo órbita de influencia de los Estados Unidos. Frente a esto, Perón piensa y ejecuta, geopolítica y filosóficamente su Tercera Posición: no subordinarse ni al capitalismo demoliberal norteamericano ni al colectivismo insectificante soviético; erigiendo así una filosofía y una doctrina propias: el justicialismo. Decir Tercera Posición es decir Comunidad Organizada. Conduce a un posicionamiento antiimperialista, autonomista, latinoamericanista, pacífico -no pacifista- y busca, por sobre todas las cosas, un orden en donde la virtud suprema sea la justicia. Implementar una Tercera Posición requería y requiere de audacia, principios rectores permanentes, visión estratégica y posibilidad práctica. La Tercera Posición de Perón, será el antecedente más gráfico del tercermundismo, caracterizado éste, según Jorge Bolívar, por tres “hitos”: el tratado entre China y la India de 1954 (que garantizaba la paz entre los dos países más poblados del mundo); la Conferencia de Bandung (Indonesia) en abril de 1955; y la celebración de la Conferencia de Países No Alineados. Este movimiento reclamaba voz y participación propia en un mundo diseñado y liderado por las dos superpotencias mundiales. La resistencia de Vietnam, el nasserismo en Egipto, el peronismo en Argentina, la Revolución Cubana, el Maoísmo en China, son sólo algunos ejemplos de la efervescencia de los pueblos del Tercer Mundo; de la voluntad de sus pueblos de torcerle la voluntad a la avaricia y de ampliar los márgenes de su autonomía e independencia. Juan Domingo Perón fue, además, quien mejor sintetizó el drama moderno: la guerra podía ser “fría” entre los países económicamente más desarrollados pero si los países periféricos no se unían iba a terminar siendo “caliente” en las naciones que quedaran afuera de las complejas alianzas militares posbélicas. Es por ello que Perón apuesta al tercermundismo y diseña el primer prototipo de integración regional del siglo XX: el famoso ABC; a través del cual anuncia, casi como destino inevitable, la necesidad de que Sudamérica marche hacia el continentalismo. Era así como nuestra región iba a poner tener el peso político y económico suficiente para oponerse a los poderes fácticos y al manifiesto imperialista de los Estados Unidos.

Del capitalismo monopólico-estatal al anarco capitalismo financiero

Tras la crisis del ‘30, y a partir de la instauración del “New Deal” en Estados Unidos, se abrió camino a una nueva fase del capitalismo en ese país: en palabras de Vivian Trías, el “capitalismo monopólico-estatal”, donde el Estado pasó a ocupar un rol clave en el proceso de concentración y reproducción del capital. Y donde el desarrollo industrial se dio de forma imbricada al militarismo norteamericano más feroz y a un proceso de innovación tecnológica acelerado. Parte de poner en marcha un sistema donde la economía se organizara alrededor del dólar y de los designios estadounidenses, fue “contener” el “comunismo” en Europa y sofocar, con los métodos más arcaicos y terribles, las revoluciones nacionales en América Latina y Caribe, África, Asia y Medio Oriente. Para esto estaba el brazo económico-financiero (el recién creado Fondo Monetario Internacional); el brazo diplomático-institucional (el sistema interamericano desde el cual se busca atar a las naciones latinoamericanas a la pugna anti comunista de EEUU) y el brazo militar que, como siempre, es una opción para este país, no importa cuánta sangre deba derramarse y a cuánta tropa militar cipaya reclutarse. Ejemplo de esto fue la Escuela de las Américas, desde la que años más tarde se orquestaría el Plan Cóndor. Sin ánimos de detallar en profundidad este proceso, la estrategia norteamericana en Europa y Japón llevó el nombre de un general que para junio de 1947 ocupaba ya el cargo de Secretario de Estado de los Estados Unidos: el General Marshall. El famoso Plan Marshall, bajo el velo de “ayuda” financiera al extranjero, tuvo por fin volver a poner en marcha la economía capitalista mundial, con epicentro financiero en Wall Street. Fue también una estrategia de ahogo a todas aquellas economías que quedaban por fuera del famoso paquete. En paralelo al Plan Marshall, o podríamos decir en consecuencia, se crea también el Estado de Bienestar, como instrumento de contención soviética y de “paz social” en aquellos Estados que se encontraban capitalizados gracias a su carácter colonialista. Es así como la economía se convierte una vez más en un instrumento de la geopolítica, direccionado a erigir lo que años más tarde sería la hegemonía de los Estados Unidos. La “ayuda financiera” no era más que un mecanismo para sofisticar y sistematizar la dependencia estructural de los países periféricos, receptada por las oligarquías locales. Frente a este mundo, podríamos decir más hermético y dominado por totalitarismos (uno liberal y otro marxista) es que Perón pone en marcha la Tercera Posición, que tiene una cara interna y una contracara externa. Su política nacional se orienta en base a tres banderas: la soberanía política, la independencia económica y la justicia social; abriendo paso al mayor proceso histórico de adquisición de derechos para el pueblo trabajador, para las mujeres, la niñez y la ancianidad. Esta transformación social histórica requirió también de una política cultural autónoma que volviera a poner en valor lo propio, durante tantos años vilipendiado. En definitiva, se pone en marcha un proceso que, idealmente, debía conducir a la conformación de una Comunidad Organizada, donde el trabajo fuera eje ordenador y dignificara la vida social. Ese proceso tuvo como correlato una política económica particular, ya que semejante obra social requería de una nueva generación y redistribución de recursos en el país, generando un capital industrial nacional, que pusiera en jaque el -ya en crisis- modelo agroexportador. Es así que se crea el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio); se moderniza la Flota Mercante; se nacionaliza el ferrocarril; se sancionan leyes de promoción industrial en los distintos niveles de gobierno; se expropian y estatizan empresas estratégicas, por tan solo citar algunos pocos ejemplos. El ímpetu revolucionario de los planes de Perón requeriría de un plan de desarrollo interno con fuertes implicancias en la política exterior argentina. Es en la política exterior -Perón diría en la política internacional- donde se sellan o no las posibilidades de realización nacional. Y es por ello que como toda política que busca ser transformadora, debe diseñarse a los fines de resolver problemas concretos.  De esa forma, su política exterior encontraría cauce en la defensa de la autodeterminación de los pueblos, el respeto a la soberanía y la no intromisión en asuntos internos de otros Estados; la igualdad jurídica de los Estados; el principio histórico de la Argentina de que “la victoria no da derechos”; la no participación del ejército argentino en guerras de conquista; y como ya dijimos un fuerte espíritu latinoamericanista. Llega incluso a crear una central sindical latinoamericana de filiación justicialista llamada “ATLAS”. Por otro lado, la iniciativa peronista de diversificar e industrializar las exportaciones debía complementarse con la búsqueda de nuevos mercados externos y es así que se logran múltiples acuerdos con distintos países del mundo; se crea la embajada argentina en China en 1945 y se establecen convenios comerciales y económicos con Europa del Este e incluso con la ex URSS. Recordemos que, por ejemplo, a través de un convenio firmado entre una empresa checa y el gobierno argentino, en 1946, se establecía la provisión de implementos industriales para la construcción de la famosa destilería en San Nicolás. La conclusión es clara, todo proceso revolucionario requiere de fortalecer el frente interno y externo de la nación, en simultáneo.

El anarco capitalismo financiero: semilla de la decadencia imperial estadounidense 

Durante la década del ‘60 EE.UU. protagoniza una nueva revolución tecnológica que estaría totalmente vinculada al proceso industrial. La innovación científico-tecnológica es la que le permite a los EE.UU. -como sucede con todos los imperios a lo largo de la historia- controlar las industrias estratégicas, estableciendo monopolios económicos altamente tecnificados y de gran valor. Es así como Trías identifica una nueva etapa en el colonialismo norteamericano: el colonialismo tecnológico. A partir de esta época, comienza a darse un periodo de transnacionalización de las corporaciones norteamericanas, donde la internacionalización de su banca ocupa un lugar central en la estrategia de dominio global. El saqueo colonial fue tal, que más de la mitad de los beneficios de estas corporaciones provenían de los países descapitalizados -no subdesarrollados- del “Tercer Mundo”. Lo que en la Argentina se llamó “desarrollismo” y fue presentado como un “plan nacional” fue, en realidad, sumisión al colonialismo tecnológico y financiero de los EE.UU. y esto hay que decirlo así, sin medias tintas. No todos fueron “años dorados”. A medida que Europa y Japón se recuperan luego de la marshallizacion de sus economías, irrumpe la crisis del dólar y los costos para sostener el imperio se vuelven más pesados para la economía norteamericana, la política exterior imperialista se recrudece y el propio pueblo norteamericano comienza a sentir el ajuste de la recesión que vivía EE.UU. Se produce también en este proceso un cambio en la correlación de fuerzas en Asia, que tuvo por epicentro la derrota de EE.UU. en el Sudeste asiático, con su máxima expresión en la victoria del pueblo vietnamita. A la vez que el crecimiento económico de China iba en ascenso. Tal es así que, durante los años ‘70, se desencadena una crisis profunda del sistema capitalista occidental, desde la cual se inicia el ciclo neoliberal de desregulación financiera internacional, cuya algunas de sus consecuencias se extienden hasta la actualidad. Este proceso en el país del Norte se termina de desplegar con la derogación de la ley Glass Steagall en 1999, que restringía la especulación financiera y el accionar de los bancos en la economía. El corolario de este proceso es un cambio en el orden mundial. Según Trías, el Secretario del Tesoro del gobierno de Richard Nixon, John Connally, reveló la propuesta americana sobre una “nueva Yalta”, que se cimentaba en la división del mundo en cinco zonas de influencia que serían, a su vez, cinco zonas monetarias. En ese esquema, América Latina, quedaba supeditada a la zona de influencia de EE.UU. El resto del orbe se “lo repartían” el Mercado Común Europeo, la URSS, China y Japón. En síntesis, en el campo económico comenzaba a resquebrajarse la bipolaridad. A la crisis interna de los EE.UU., sobrevendrá mayor sometimiento y mayor derramamiento de sangre. Ya no alcanzaba la Alianza para El Progreso de Kennedy. El Plan Cóndor, y en su seno la dictadura cívico-militar del ‘76 en Argentina, fue el correlato nacional que padeció el pueblo argentino. El plan económico neoliberal -la fondomonetarización de la Argentina y su completa descapitalización- fue lo que implantó la dictadura, por mandato de Washington y que costó la vida de 30.000 compañerxs desaparecidxs y el intento de destrucción del movimiento obrero organizado. Porque sin movimiento obrero organizado, no habría defensa de la industria nacional y de las condiciones de dignidad que Perón habría impreso al trabajo, y el objetivo primordial era arrasar con todo atisbo de capital nacional en nuestro país. Se produce, entonces, literalmente la dictadura del capital. Con la recuperación de la democracia en la Argentina, ese plan económico no se revierte, y en los ‘90 -ya con la hegemonía norteamericana en pleno auge, la caída del Muro de Berlín y de la ex URSS- ese proceso de privatizaciones, de desnacionalización, desmalvinización, de sometimiento total, se recrudece. Perdimos los ferrocarriles, los puertos, el control del comercio exterior y de la energía, entre otros. Por otro lado, sin la amenaza del “comunismo”, el Estado de Bienestar no tiene más sentido para las élites dominantes y comienza su período de lenta -pero contundente- desarticulación en Europa y en los Estados Unidos. Se rompe así el pacto social “capital-trabajo” generando un cambio en la correlación de fuerzas de esos países. En EE.UU., el capital transnacional comienza a volcar las ganancias que obtiene en la economía real a la especulación financiera. Se altera también el modelo productivo, descentralizando cada vez más la producción hacia economías con pocos o nulos derechos laborales, creándose las famosas “cadenas globales de valor”; al tiempo que el proceso de concentración de la riqueza crece. En paralelo y en consecuencia a los nuevos procesos de innovación financiera, se desarrollan las guaridas o paraísos fiscales; que dicho sea de paso se conforman como el núcleo posibilitador del crimen transnacional organizado en la actualidad (narcotráfico, terrorismo, venta ilegal de armas y trata y esclavitud de personas). Tanto en los países centrales como en los periféricos, los pueblos comienzan a ver deterioradas sus vidas y sus derechos. El masivo desempleo y el deterioro salarial causado por la deslocalización productiva, generan descontento entre las grandes mayorías obreras de Detroit, California y otros Estados industriales de la Unión. Ahora, si hablamos a nivel de Estados, no ocurre lo mismo en los primeros que en los segundos. Los Estados centrales se siguen viendo beneficiados por las intermediaciones financieras, que realizan a través de sus bancos de capital nacional. Mientras a los Estados periféricos se los hace presa del endeudamiento salvaje, una y otra vez. En la actualidad, este proceso se evidencia en los Estados centrales mediante el descreimiento de la política, entendida en su partidocracia clásica (en el caso estadounidense: demócratas y republicanos); y los personajes que nacen de la crisis actual, como Trump, tampoco ponen en jaque el anarco capitalismo financiero o el modelo de acumulación y reproducción del capital vigente. En conclusión, el modelo neoliberal implantado y difundido por los EE.UU. desde la década de los ‘70, fue lo que les permitió convertirse en la mayor potencia económica, cultural y militar global; pero esto constituyó, a su vez, el germen de su debilitamiento y su actual decadencia. Podríamos, por ejemplo, ilustrar esto en tres hitos: las derrotas occidentales en Medio Oriente, el No al ALCA y la crisis financiera del 2008. El correlato de la decadencia es la pérdida relativa de legitimidad como potencia hegemónica global. Por esta misma razón el imperio se recrudece y despliega sus estrategias con mayor virulencia.

El mundo pos crisis del 2008 y los tres planos de la desigualdad 

El No al ALCA, grito mancomunado a través de las voces de Néstor Kirchner y Hugo Chávez, fue el principio de la aventura popular latinoamericana que representó haber desafiado los designios históricos de nuestra región, durante un ciclo de gobiernos que apelaron a la integración regional como mecanismo de defensa y engrandecimiento nacional. Luego, en el 2008, se firmaría el tratado que daría origen a la UNASUR: el proyecto de integración más ambicioso y autonomista en la historia de la región sudamericana. Ese proceso tuvo en el corazón -y se depositó en su corazón- a Néstor Kirchner y fue el proyecto en el que -creo yo- él depositó sus últimos alientos. La UNASUR llevó la paz a la región andina; llevó esperanza a un Haití destruido y olvidado tras la peor catástrofe natural de su historia; llevó consenso y unidad, sin pretender imponer por sobre la diversidad ideológica de las partes; UNASUR fue la amenaza a la influencia del imperio y fue la alerta para los EE.UU., de que debían volver a imponer “orden”, cueste lo que cueste. Y así surgieron nuevas desestabilizaciones, el lawfare, la violencia sicaria, los golpes blandos y también los clásicos. Todo lo que vino después del 2008 profundizó la decadencia del sistema que hoy vivimos y recrudeció lo que desde el CENAC denominamos como “los tres planos de la desigualdad”: la desigualdad entre Estados centrales y periféricos; la desigualdad entre los sectores representativos del capital y los del trabajo, a nivel de los Estados; y la desigualdad entre los propios Estados como ordenadores sociales, económicos y políticos, y el capital transnacional sin patria ni bandera. A diferencia del periodo que sobrevino inmediatamente a la caída de la URSS, hoy sí existe un bloque geopolítico alternativo al dominado por occidente, que es aquel que emerge sobre los márgenes del Pacífico, con un epicentro claro en la República Popular China, pero también representado por importantes potencias como son Rusia y la India. Que exista un bloque geopolítico alternativo no implica que Argentina o América Latina deban alinearse “automáticamente” a ese bloque, que además es diverso y nuclea distintas idiosincrasias y proyectos en su seno. Lo que verdaderamente implica la existencia de proyectos geopolíticos alternativos al norteamericano, es la existencia de un sistema multipolar en la que exista mayor margen de maniobra para diseñar una política exterior soberana y práctica. Dentro de esos proyectos, sin duda el chino, por poner un ejemplo esclarecedor, representa un modelo de gobernanza diferente al occidental, en el que se recupera la categoría “Estado” como eje ordenador de la economía y la sociedad; en contraposición a un sistema en el que el capital ordena la economía. Un modelo nacional que no busca exportarse sino más bien consolidarse tejiendo alianzas globales que le sean beneficiosas, para las cuales no imponen condicionantes políticos, al estilo histórico de los Estados Unidos. En este sentido, las alianzas estratégicas con China y Rusia, respectivamente, no implican alineación automática o subordinación; por el contrario, son alianzas que representan intereses complementarios y objetivos compartidos, en el que Argentina se sentó y se sentará siempre a negociar con el interés nacional sobre la mesa. A nivel regional, la situación es compleja. Tenemos un golpe de Estado en Bolivia, el neopinochetismo en Brasil a manos de Bolsonaro, un Chile sangrando producto de 47 años de neoliberalismo, una Venezuela que resiste, con el peor asedio y bloqueo de los últimos tiempos en nuestra región como telón de fondo. Todo esto nos lleva a pensar que la Argentina, desde los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner y en la actualidad, se mueve en un mundo más complejo, en el que llevar a cabo una “Tercera Posición” implica volcar los principios rectores permanentes de esa doctrina de política internacional a la realidad actual, pensando las tácticas necesarias para que ese posicionamiento sea viable; en un mundo que ya no está dominado por dos imperialismos, sino que ofrece una multiplicidad de nuevas alianzas pero también mayor turbulencia, mayor desorden y menos certezas. Ya en el 2007, Cristina Fernández de Kirchner, siempre visionaria, decía en el Segundo Congreso de Filosofía mundial en la provincia de San Juan, que la filosofía es una época articulada en pensamiento; y que el pensamiento interviniendo en la realidad es política. En esa oportunidad, Cristina nos decía que se requería de nuevas categorías no universales que asumieran la complejidad del mundo y de la condición humana. Y ya en ese momento sostenía que -en la actualidad- la mayor vulneración de los Derechos Humanos a nivel mundial es la desigualdad.  La Tercera Posición en el siglo XXI debe escapar a los falsos debates de “globalismo vs. antiglobalismo” y apuntar, cómo lo hizo en reiteradas ocasiones nuestro presidente Alberto Fernández, a acabar de una vez por todas con la desigualdad, con el neocolonialismo, con la primacía del capital por sobre el trabajo y del capital por sobre la vida. La pandemia del coronavirus sólo vino a exponer con mayor brutalidad de qué lado de la historia se paran hoy los líderes mundiales, quienes deciden proteger al capital y ver morir a sus pueblos y quienes, como para el peronismo, primero siempre está la Patria que es lo mismo que decir, el pueblo. Y para cerrar. Si hablamos de lo permanente y lo cambiante en la historia, no podemos dejar de decir que en la esencia del movimiento peronista existió y existirá siempre una verdad insoslayable que la historia se encarga de demostrar a cada paso: la juventud tiene una oportunidad fundamental, la de habitar el mundo con la irreverencia que implica defender la filosofía justicialista y transformar la política, al punto de que ésta sea esencialmente una herramienta transformadora que incomode al poder oligárquico, desde otra forma de ejercer poder: poder popular. La juventud es, para Perón, el bastión del futuro que nos espera, un futuro que se sueña liberador, un futuro que encuentra y hace carne “lo nuevo” desde la tradición justicialista. Es por eso que quisiera cerrar este aporte, con las palabras de Juan Domingo Perón, dirigidas a la Juventud:
“Cuando la juventud esté unida y organizada, cuando en poco tiempo pueda ser ejemplo de disciplina peronista, se encontrará en condiciones de luchar en todo terreno y el éxito de la etapa final del proceso argentino estará asegurado. Debemos demostrar al mundo que nos observa, lo que puede la firme actitud de un Pueblo cuando su lucha está fundada en los sagrados principios de la justicia, de la libertad y de la soberanía. La Patria reclama en estos días la inquebrantable decisión de la juventud de luchar por ella. Todos sabremos cumplir con nuestro deber ante la Historia, si estamos animados de una profunda fe peronista, si realmente nos decidimos a luchar por el Pueblo y sí estamos resueltos a enfrentar cualquier sacrificio.” Juan Domingo Perón (1963).
  Por Sofía De Nicolo. Tec. en Relaciones Internacionales (UNLa). Directora del CENAC-Argentina.   Fuente: Blog Subsuelo de la Patria – Peronismo Militante Tres de Febrero CENAC

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