Manzi, Homero (1907-1951) – Biografía

HOMERO MANZI (1907-1951)

Homero Nicolás Manzione (Manzi) nació el 1º de noviembre de 1907, en Añatuya, Santiago del Estero. Su familia, muy numerosa (tuvo 8 hermanos), decidió radicarse en Buenos Aires, entre 1911 y 1912). El padre siguió trabajando en Santiago del Estero, la madre y los hijos acostumbraban regresar anualmente a su provincia, durante los meses de verano hasta que llegase la fecha de volver a las clases.

Se instalaron en Boedo, y para los recién llegados “era todo nuevo, sorprendente…”, aunque para los realmente porteños, Boedo era todavía, el arrabal, la orilla. Desde su casa de la calle Garay 3251, Manzi se consideraba “… un provinciano otario que se quedaba con la boca abierta ante un tranvía…”. A Homero lo internaron, junto a un hermano, en el Colegio Luppi: allí pasó 3 años como “pupilo”, entre los 13 y los 16 años. Allí conoció a sus grandes amigos, Francisco Rabanal, Raúl Gómez Alcorta y Américo Bianco.

A los 15 años, escribió sus primeros versos. En este breve estudio no se profundizará en su obra artística, pues ésta ya está profusamente difundida. El objetivo será resaltar su pensamiento y su accionar en la vida política, aspecto que no es menos relevante por su claridad de ideas, por los principios que defendió y por los objetivos que se fijó, pero que ha sido silenciado.

En 1916, Hipólito Yrigoyen arribó al poder. Fue el primer presidente que reflejó verdaderamente el sentimiento popular, pues la ley Saenz Peña había puesto en vigor el voto secreto, universal y obligatorio (exceptuando el voto femenino).

La familia Manzione era radical: el 12 de octubre de aquel año, el pequeño Homero se hallaba presente en el acto de juramento en el Congreso. Manzi recordará: “El 12 de octubre de 1916, llevado de la mano de mi madre, mis ojos de 8 años lo vieron, de pie sobre su coche, emergiendo del fondo de la multitud como si saliera, a la manera del sol, de la línea del horizonte, avanzar como sobre las cabezas del pueblo y escuchar el griterío…”.
El clima familiar era propicio para que en los años venideros, Manzi militara en la UCR, lo mismo que su padre y su hermano mayor.

Además sus tíos, Miguel y José Manzione, oficiales de policía, se desempeñaron en la Guardia personal del presidente y llevaban a su casa comentarios y anécdotas que engrandecían la figura del caudillo. Podría decirse que Manzi, fue radical desde la cuna.

Entre sus primeras influencias culturales se cuentan los escritores que aparecían, en la década del 20, en la revista “El alma que canta”; allí se reproducían textos de Evaristo Carriego, Rubén Darío, Leopoldo Lugones, José Bettinoti, Almafuerte, Alfonsina Storni, José Alonso y Trelles y Dante Linyera. También leía las revistas Proa y Martín Fierro, impulsoras de ideas nuevas para la época.

En 1926, estrenó su primer tango, ingresó en la Facultad de Derecho, y aquí comenzó justamente, su participación política… “Trabé contacto con Jauretche en las rudas luchas libradas en la facultad de Derecho, en 1927, cuando el presidente de la Nación (Agustín P. Justo), entonces Ministro de Guerra, tuvo la ocurrencia de iniciar un programa militarista cuya dolorosa fecundidad después conocimos los argentinos…”.

Para 1929, los movimientos estudiantiles reflejaban, en gran medida, el clima de “Golpe” que ya se gestaba: En una de las asambleas donde, además de discusiones hubo trompadas, los ánimos se caldearon y Manzi golpeó con vigor a Aberg Cobo. Un grupo de derecho rodeó a Manzi propinándole una severa golpiza, hasta que uno de sus íntimos, Juan Betancor, al verlo en el suelo, con un cortaplumas, tajeó a Aberg Cobo en el rostro. El diario La Nación del 15 de diciembre de 1929 acusó a Manzi de las lesiones. La intención era probar que Manzi estaba armado, que los estudiantes reformistas eran sujetos peligrosos para el orden social. La familia de Cobo hizo la denuncia y Manzi asumió la responsabilidad de las lesiones.

La “Asamblea” proclamó la huelga y tomó la Facultad: “allí estaban el presidente de centro izquierda Eduardo Howard, el secretario Marcelo Aberasturi, Leopoldo Insaurralde, Jorge y Alberto May Zubiría, Homero Manzione y Arturo Jauretche entre otros.”

La toma duró dos días, pero fue suficiente como para desarrollar una amplia tarea política. Conservadores, nacionalistas y antipersonalistas pro Alvear aprovecharon para declarar que la toma estaba organizada por “agitadores subversivos de izquierda, financiados desde el exterior y conocidos por la policía.”

Desde tiempo atrás, Manzi, pese a su juventud, había alcanzado peso propio en el Comité personalista de la octava circunscripción, ubicado en Oruro y 24 de Noviembre, llamado “Vanguardia Nacional”. En los actos, era uno de los principales oradores, e insistía sobre las banderas de nacionalización del petróleo y el americanismo irigoyenista, lo que él llamaba “el fondo revolucionario del radicalismo”. Además escribía encendidos artículos en el periódico irigoyenista “Libre Palabra”.

A principios de 1930, fue invitado por el Colegio Nacional de Jujuy para dictar una conferencia sobre “La Poesía argentina que los argentinos no conocen”. Allí pronunció algunos discursos, y en su vuelta, en Tucumán, fundó un comité Radical que, a pesar de su juventud (sólo 22 años) fue bautizado con su propio nombre: “Homero Nicolás Manzione”. Al mismo tiempo, inició una gira por la provincia de Buenos Aires, para inaugurar comités: así visitó 9 de Julio, Trenque Lauquen y Cacharí.

El golpe militar eliminó todas estas actividades políticas, pero Manzi continuó, como pudo, en esas épocas tan duras. Casi a diario, solía reunirse con sus compañeros en algún bar, -casi asiduamente en el Café El Aeroplano, de San Juan y Boedo”- para analizar la situación política. Así nació el Grupo “Juventud del Sur”, un intento por reconstruir el radicalismo en medio de la cada vez más fuerte, represión del gobierno. Esta etapa se caracterizó por su vinculación muy estrecha con Arturo Jauretche.

La Universidad fue intervenida y Manzi quedó suspendido, negándosele el acceso a la Facultad, con la excusa del incidente policial mencionado. Además, fue cesanteado en las Escuelas Medias donde se desempeñaba como docente, a pesar de esto, el Grupo siguió publicando su “Tribuna Universitaria”. Pero, el 11 de febrero de 1931 ingresó la policía, y detuvo a los estudiantes: Manzi quedó preso, aislado e incomunicado.

En esos tediosos días de cautiverio, Manzi leyó todo cuanto pudo y se negó a comer, haciendo causa común con los demás detenidos. A pesar de todo, su situación fue privilegiada, teniendo en cuenta que, por esa misma época, en plena imposición de la censura y el terror impuesto desde el gobierno, muchos compañeros fueron llevados a Ushuaia, donde las condiciones fueron mucho peores. Durante su detención, supo de torturas, silencios y miedo… pero lejos de revertir su postura, maduró cada vez más su pensamiento.

Al salir de la cárcel, se casó, el 31 de diciembre de 1931, con su novia de Añatuya, a la cual le escribía, como podía, desde la cárcel, Casilda Iñiguez. Sin medios con los cuales sostenerse comenzó a editar una “guía para el automóvil”, que le permitió sobrevivir, pero no dejó de estar atento a la vida política.

Entonces, presentándose las elecciones, Uriburu prometió respetar el fallo de las urnas, pero esperó la llegada de Alvear desde Europa para insinuarle que siempre que se excluyera al sector irigoyenista de una nueva UCR, él podía ser el candidato a presidente en la próxima elección. Pero, a pesar de sus desacuerdos con el viejo caudillo, y sin ignorar la realidad, Alvear declaró: “Lo que aquí se dice personalismo es la mayoría del partido radical; y este partido quiere y debe por su iniciativa, libremente, reorganizar y defender sus cuadros, sin imposiciones exteriores…”. De aquí en más, las persecuciones se agudizaron y hasta el mismo Alvear fue detenido.

La UCR declaró la abstención, y muchos participaron; organizaron levantamiento y sublevaciones, como la del Coronel Pomar en el Chaco o la del Mayor Álvarez Pereyra en Corrientes. Manzi formó parte del grupo de civiles que acordó insurreccionarse con los militares sublevados.

Manzi vivía conspirando: “… teníamos los materiales para las bombas en el cuarto de baño. Una tarde estábamos tomando mate… La casa de Manzi (todavía en Garay 3251) era una especie de comité. De pronto “el Loco Papa”, íntimo de Manzi, apareció en la puerta chamuscado, con las pestañas y los pelos quemados… No pasó nada, el deterioro del baño, nada más… ni vino la policía, pasó como uno de los tantos ruidos que se dan en la ciudad”. Así contó Jauretche esta conocida anécdota que muestra como la conspiración no era sólo teoría, sino una lucha en que se jugaban la vida.

En medio de la actividad conspirativa, el 6 de marzo de 1933 nació su hijo, que fue bautizado Momero Luis Manzione. Por entonces, Yrigoyen había sido trasladado desde la isla Martín García y a pesar de hallarse enfermo, recibía a los correligionarios en su nuevo lugar de residencia de la calle Sarmiento. Manzi recordó siempre lo que el anciano líder les dijo en esa oportunidad: “… Ustedes creerán que esto es algo nuevo. No; esto es siempre el régimen. Ustedes no conocen bien al régimen porque son muchachos. El régimen es insaciable; y es tan inepto, tan falaz, tan sensualista, que el pueblo se irá dando cuenta de su incapacidad para cumplir nada de lo que prometió. Comete con exceso todo lo que nos atribuye. Al final después de que mucho sufra la República, vendrán a buscarnos para que los salvemos. Ustedes lo verán, porque tienen años para verlo…”.

En julio de 1933, Yrigoyen falleció, y con él, muchas de las esperanzas de los que se consideraban “personalistas”. Este grupo instó a seguir con la política de abstención, pero en la Convención Nacional, del 2 de enero de 1935, el abstencionismo, comandado por Ricardo Rojas, logró solo 49 votos contra 98. Este fue un duro golpe para los “radicales fuertes”, que así se llamaba ahora el grupo donde militaba Manzi.

En el Café El Foro, de Corrientes y Uruguay, comenzó a gestarse lo que será luego FORJA, y lo que por aquel entonces era un intento por recuperar los valores revolucionarios del radicalismo.

Tiempo después, en las mesas de La Fusta, en Palermo, quedó fundado el grupo Forja, Fuerza de Orientación de la Joven Argentina, como corriente interna del radicalismo. “El lanzamiento era riesgoso. No servía para oportunistas ni para cazadores de cargos. El que entrara perdería toda oportunidad con la línea alvearista dominante…”.

En la primera reunión, en Corrientes 1778, fue elegido presidente Arturo Jauretche, pero no aceptó lo reemplazó Luis Dellepiane. La declaración constitutiva marcaba el objetivo fundamental de FORJA: “Somos una Argentina Colonial, queremos ser una Argentina Libre”.

La labor del grupo fue muy ardua; sin recursos económicos, ni medios donde expresarse. Con el grupo colaboró Raúl Scalabrini Ortiz, aportando sus estudios para esclarecer la realidad nacional, aunque sin integrarse formalmente a FORJA, pues no era afiliado radical.

El periódico “Señales” contribuyó a difundir la actividad del grupo. El resto de “los medios” les cerraron las puertas; es más, las persecuciones hicieron que muchos escribieran sus artículos, firmando con seudónimos. En esos días, Manzi escribió su Milonga de Forja.

Luego, el grupo se mudó al sótano de Lavalle 1725. La tarea de “crear una conciencia nacional” se llevaba a cabo a través de conferencias o actos callejeros: Manzi fue uno de los oradores más reiterados, y aunque no escribió ninguno de los cuadernos, sí pronunció conferencias y participó en la preparación del manifiesto al Pueblo de la República, lanzado por la agrupación.

Entre 1937 y 1938, Homero Manzi trabajó para la revista popular “Ahora”, y desde allí, criticó muy duramente a los gobernantes, por la situación crítica que la “sequía” había causado en Santiago del Estero. Escribió “… hay que hacer llegar al pueblo todos los dolores concretos para que no continúe nuestra oligarquía usufructuando con la mentira de una prosperidad que sólo se ve en los balances del puerto…”. El diario El Mundo, también decidió cubrir el tema ante los ecos de los artículos de Manzi (periodísticamente firmaba Manzione) y mandó a un cronista de lujo: Roberto Arlt. Ambos se reunieron en Santiago del Estero, y Arlt fue categórico: “Es necesario que nuestro relato sea terrible. Implacable. Amargo. Casi siniestro”.

Manzi sintió una verdadera y profunda admiración por Arlt, pues este joven escritor y periodista puso al servicio de esa gente tan necesitada y olvidada por Buenos Aires, todos los recursos que pudo desde su diario. La investigación, no se limitó a un solo artículo, sino que formó una verdadera cruzada a favor de los desposeídos de la provincia, criticando no sólo al gobierno nacional, sino también a las autoridades provinciales, todavía más insensibles, pues conocían lo que allí sucedía, pero permanecían escondidas tras sus reductos feudales. Manzi insistió, condenando al modelo agroexportador, que “Santiago del Estero no es una provincia pobre, sino una provincia empobrecida”.

A su vuelta, expresó en Forja cómo se usufructuaba con el sistema de explotación del bosque santiagueño, cómo el paisano del lugar se había convertido en nómade por ir detrás de trabajo, siendo arrancado de sus actividades y vida habitual. También trató con profundidad las lamentables condiciones sanitarias de sus comprovincianos.

La guerra desatada en Europa a fines de 1939, dividió también aquí a la opinión y puso a Forja en una gran disyuntiva: la mayoría de los forjistas optó por la neutralidad, entendiendo que los dos bandos en disputa representaban a dos imperialismos ávidos de mercados. Esto derivó en disidencias y el grupo orientado por Dellepiane decidió separarse.

La división fue un enorme y profundo desgarro afectivo para Manzi: íntimo amigo de Jauretche y Dellepiane, continuó en FORJA, pero su acción ya no fue la de antes.

“Manzi –dirá Jauretche- se nos perdió en el mundo de la noche” y aunque lamentaba el gradual alejamiento de su amigo, admitía, sin embargo, que era para hacerle otro valioso aporte a la Patria: sus canciones.

Después del 17 de octubre de 1945, se disolvió Forja, porque sus miembros entendían que muchos de los objetivos por los que venían luchando ya se estaban concretando. Muchos de sus miembros se volcaron al peronismo, pero Manzi permaneció radical e incluso colaboró, en la campaña electoral para las elecciones de 1946, con los radicales de la provincia de buenos Aires. Tenía muy arraigado el irigoyenismo, aunque no se mostró opositor a Perón y compartía íntimamente los logros peronistas.

Después de las elecciones de 1946, se acercó al grupo que lideraba Jorge Farías Gómez. En 1947 se produjo un acercamiento entre éstos y Perón, que Manzi hizo público desde Radio Belgrano, en un contundente discurso –titulado “Las tablas de sangre del radicalismo”- en una hora considerada “pico de audiencia”. Manzi sostuvo allí: “… Perón es el reconductor de la obra inconclusa de Hipólito Yrigoyen. Mientras siga siendo así y nosotros continuemos creyéndolo, seremos solidarios con la causa de la revolución, que es esencialmente, nuestra propia causa… Quienes nos tildan de opositores, se equivocan. Quienes nos tildan de oficialistas, también. No somos ni oficialistas, ni opositores. Somos revolucionarios”.

La relación con Perón se acentuó cuando Manzi alcanzó cargos directivos, incluso la presidencia en SADAIC. Su situación quedaba ahora clara, pues el Radicalismo decidió “expulsarlo” del partido. En 1950, compone los “Versos de un payador al General Juan Perón” y “Saludos de un payador a Doña Eva Perón”, décimas que canta Hugo del Carril en la residencia presidencial con motivo del cumpleaños del Presidente.

Durante esos años del ’40, Manzi desplegó su talento en otro ámbito de la cultura que también generalmente se olvida: el de los guiones cinematográficos (”La guerra gaucha”, “El viejo Hucha”, “Pobre mi madre querida”, “El último payador”, “Pampa Bárbara”, “Fortín alto” “Su mejor alumno” y otras). De esa experiencia, brotan algunas críticas, siempre desde una óptica nacional: “… Los paisajes y las ropas aparecen en nuestras escenas muy americanizados… El cine nacional se encuentra atacado de infantilismo literario. Con toda la dureza que encierra. Porque sabemos que ya no se puede llenar el interés de la pantalla con el argumento de la buena voluntad. Porque la técnica ha progresado y no se puede achacar a ella, la imposibilidad de cumplir tentativas profundas…” Criticando la infraestructura, Manzi preanunciaba, lo que luego lograría con mucho esfuerzo: la creación de Artistas Argentinos Agremiados.

Desde su arte, Manzi también luchó por lo que tanto lo afligió en su vida política. Lo nacional: lo argentino, fue siempre fundamental, y no aceptó condicionamientos. Incursionó, asimismo, en el ensayo y dejó páginas brillantes como “Lo popular”, “Tarde santiagueña” (acerca del folklore) y otras. Asimismo, deben ser rescatados diversos poemas –recogidos en “Antología poética”- menos conocidos que aquellos que fueron musicalizados, pero igualmente merecedores de figurar en cualquier selección literaria.

Homero Manzi fue un eterno luchador, que aún contra viento y marea, siempre defendió su pensamiento, a pesar de todos los obstáculos que encontró en su camino. Y su actitud fue meritoria pues tenía todo el talento que necesitaba para triunfar en el mundo literario. Jauretche siempre recordó e hizo conocida la opción de Manzi, cuando éste decidió “escribir letras para los hombres, antes que ser un hombre de letras”. Fue un obstinado, tenaz: luchó contra sus preconceptos, luego con las internas de su propio partido, luego contra quienes no aceptaron lo popular como lo nacional, y finalmente, luchó contra su enfermedad durante más de cuatro terribles años.

Desde hacía tiempo, Manzi venía enfrentando el cáncer que lo afectaba, y estuvo varias veces internado en el Instituto del Diagnóstico. Ya enfermo, le dicta a Troilo, por teléfono, los hermosos versos de “Discepolín”, dedicados a su amigo Enrique Santos.

La muerte le llegó el 3 de mayo de 1951, cuando tenía sólo 43 años. Dejaba una obra importantísima en el cancionero popular, en sus poemas, en la cinematografía, en artículos diversos y un ejemplo de compromiso político permanente con las mayorías populares. En su velatorio, un amigo suyo Francisco Loiácono –“Barquina”, para los amigos- resumió la pérdida que sufríamos todos los argentinos: “¡ESTO NO TIENE REPOSICIÓN…!”.

Fuente: CRISTINA PIANTANIDA – LOS MALDITOS – TOMO II – PÁGINA 317. Editorial Madres de Plaza de Mayo


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