Malvinas, dominación colonial y deconstrucción de los héroes – Por María Sofía Vassallo

“Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas”. Rodolfo Walsh

En los habituales usos laxos del término, deconstruir es cuestionar, poner en duda, desmontar, desarmar, neutralizar. La noción corriente de estereotipo designa una representación cristalizada. Se lo concibe, exclusivamente, como esquema reductor, opresivo al que hay que denunciar. Sin embargo, no todo estereotipo es coercitivo. Además, las operaciones de esquematización, categorización y síntesis, propias de todo estereotipo son procedimientos indispensables e inevitables para el conocimiento humano. Necesitamos relacionar lo que percibimos con modelos preexistentes para poder comprender el mundo y actuar en él. Las representaciones colectivas son fundamentales para la unidad de los grupos sociales y, por lo tanto, también de las naciones, participan de la producción de la identidad propia, diferenciándola de la de otros grupos (Amossy y Herschberg Pierrot, 2003).

Lo que se propone cuestionar, desarmar, desactivar es la figura de los héroes de Malvinas; porque están obstinados en despojar la dimensión épica de la guerra de 1982, fijarla como el último capítulo de la dictadura y poner en duda, el coraje y la osadía de muchos de quienes la protagonizaron contra y a pesar de las mezquinas intenciones de la Junta militar. Las acciones heroicas (individuales y colectivas) de los combatientes argentinos durante la guerra no son el invento de algunos “adoradores de las balas”, están documentadas, hay pruebas, testigos y testimonios. Han sido reconocidas, incluso por los británicos. Son poderosos hechos históricos, con un gran potencial movilizador. Y eso es lo que proponen desmontar; porque la comunidad, la nación, el pueblo argentino unido contra los adversarios históricos, da miedo e incomoda. Esto no es una “reivindicación edulcorada de la guerra”. La guerra es un acontecimiento extremo, terrible. En ese marco atroz, algunas personas son capaces de realizar acciones de generosidad y coraje que ni ellas mismas hubieran podido imaginar y otras sólo pueden mostrar su cobardía y sus miserias. El actual coordinador del Observatorio Malvinas de la Universidad Nacional de Lanús, veterano de Malvinas, César Trejo sostiene que “un héroe no es un ser extraordinario, sino una persona ordinaria que, puesto en una situación extrema, saca lo mejor de sí para defender un bien superior. Es decir, que el héroe es la encarnación de la virtud. El espejo donde queremos mirarnos, para ser mejores”. La acción extraordinaria del héroe no es autoreferencial, sino que se trata siempre de una entrega concreta y efectiva hacia otros, incluso la ofrenda máxima que es la de la propia vida. Estos héroes surgidos de entre el común de los mortales, producen admiración, respeto, afecto e identificación, orientan concepciones y acciones. No se trata aquí de héroes mitológicos o literarios, sino de héroes históricos que traccionan el curso de la vida en común y encarnan, en sus actos heroicos, la esperanza de la comunidad nacional acerca de su propia capacidad para rebelarse contra los invasores y realizar un proyecto soberano. Por eso son héroes incómodos, molestos, a los que se propone deconstruir, desarticular para neutralizar.

Nadie se hace héroe a sí mismo. Nadie es un héroe exclusivamente por sus propias acciones extraordinarias, sino que se convierte en héroe en la medida en que es reconocido por otros y es este reconocimiento el que lo consagra como tal. Por eso, cuando se propone deconstruir a los héroes, no sólo se los ataca a ellos, intentando relativizar el carácter extraordinario de sus acciones, sino que se atenta contra la comunidad que los ha reconocido como tales y, en ese acto de reconocimiento, se fortalece a sí misma como sujeto colectivo capaz de defenderse y rebelarse contra los poderes del mundo.

Se trata de reemplazar el estereotipo de los héroes de Malvinas por el de las víctimas de la dictadura militar. Ya desde antes del fin de la Guerra de Malvinas y después de ella, como parte de la estrategia británica para afianzar su dominio sobre el Atlántico Sur, se impuso una interpretación del conflicto circunscripta a lo que Julio Cardoso llama “el punto de vista del loco”, la idea repetida hasta el cansancio de que “el país fue arrastrado por la locura de un general borracho a una guerra absurda y criminal con el solo fin de perpetuarse en el poder”. Desde esta perspectiva, que desvincula el conflicto bélico de 1982 de casi dos siglos de luchas emancipatorias, no son relevantes los intereses concretos de los actores internacionales ni las estrategias que despliegan, desde los orígenes de la Argentina, por el control del Atlántico Sur y sus recursos, ni tampoco las acciones llevadas a cabo por los argentinos para defender los derechos nacionales. En este marco, no hay lugar para los héroes. La figura privilegiada aquí es la del inocente inmolado por el dictador, los “chicos de la guerra”, una generación de antihéroes empujada al matadero o al suicidio, degradada, aislada y resentida, víctimas a quienes no les queda más relatar, una y otra vez, sus padecimientos personales (Cardoso, 2013: 199). La victimización de los combatientes en la guerra de Malvinas, como señala Rosana Guber, los despoja de protagonismo y los deja en la minoría de edad (Guber, 2001: 166). En este marco, aparecen configurados como objetos de la acción de otros, desprovistos de voluntad y decisión propia y se desplaza la identificación del enemigo, del usurpador inglés a los militares argentinos, operación que requiere la simultánea invisibilización de los crímenes británicos.¹

En la Guerra de Malvinas, se caracterizan como heroicas, múltiples acciones individuales; pero también la acción colectiva nacional contra la fuerza de ocupación británica, que es configurada como gesta. Los cultores de la autodenigración nacional y promotores de la fragmentación de la sociedad argentina pretenden negarnos el derecho a tener héroes, a reconocernos herederos de un tradición histórica, partes de una comunidad y reivindicar esa identidad; pero la pertenencia a colectivos de diferente magnitud y complejidad, incluidas las naciones, es propia de la condición humana. Deconstruir y/o negar la argentinidad (con su rebeldía e irreverencia, con su potencial insubordinación fundante²) es una estrategia de dominación. Paradójicamente, algunos de quienes defienden la identidad de las minorías son los que más se empeñan en cuestionar y desmontar la identidad de las naciones. Esta perspectiva promueve restaurar la deferencia a la potencia invasora, el sometimiento del pueblo argentino al poder extranjero, la resignación, la aceptación de la ocupación de la tercera parte de nuestro territorio³, a partir del designio fatal de la impotencia nacional frente a las agresiones coloniales, como señala Francisco Pestanha ese “fatalismo ha sido adoptado históricamente como ´remedio preventivo´ ante procesos de insubordinación ideológica, y a la vez como instrumento para aplacar o contrarrestar esas desobediencias” (Pestanha, 2012: 26-27). César Trejo, parafrasea con frecuencia la definición de Sun Tzu de que los mejores generales no son los que ganan todas las batallas sino los que convencen a los rivales de que no tiene sentido pelear. Lo que se dirime acá, entonces, no es una disputa entre cierto feminismo posmoderno y el patriarcado. La encrucijada nacional es, una vez más, liberación o dependencia. El modelo de las víctimas y el punto de vista del loco no sólo opera sobre la interpretación de la guerra, sino que apunta a deconstruir el concepto, la tradición y la experiencia de nación; porque la identidad de los argentinos está estrechamente ligada a la rebeldía y a la lucha colectiva contra el colonialismo que comenzó en 1806 y continúa.

Mal que les pese a algunos, Argentina tiene héroes, algunos caminan entre nosotros y otros yacen en el suelo malvinero y en el Atlántico Sur ejerciendo soberanía con sus cuerpos y con su sangre.

María Sofía Vasallo. Doctora en Ciencias Sociales (UBA) y Magister en Análisis del Discurso (UBA), investigadora del Observatorio Malvinas (UNLa), del Instituto de Investigación y Experimentación en Arte y Crítica (UNA) y del Instituto de Investigaciones y Documentación Histórica del Peronismo (UNLaM).

Fuente Radio Gráfica

¹ El 30 de mayo de 1993, toman estado público en Londres varios casos de crímenes de guerra cometidos por los británicos en la batalla de Monte Longdon. Scotland Yard abre una investigación. En la Argentina, en 1983 ya habían comenzado las investigaciones del Ejército. La Comisión de Familiares de los Caídos y la Federación de Veteranos de Guerra piden al gobierno la creación de una Comisión Investigadora para continuar las denuncias y accionar al respecto. El 5 de julio de 1993 se crea la Comisión Investigadora de Crímenes de Guerra en el ámbito del Ministerio de Defensa. Se toma testimonio a 34 testigos y se comprueba que las tropas inglesas violaron 5 prohibiciones de la Convención de Ginebra. Los crímenes de guerra siguen impunes: el hundimiento del Crucero General Belgrano, donde murieron 323 argentinos, los fusilamientos de prisioneros de guerra en Monte Longdon los días 11 y 12 de junio de 1982, y la muerte y los heridos causados por la explosión de municiones que los ingleses obligaron a transportar a los soldados argentinos mientras estaban presos en Pradera del Ganso. Todos estos casos resultan violaciones del derecho internacional. Aún así el estado argentino no inicia acciones. Pero en el 2008, el Poder Judicial, a través de fallos del Juzgado Federal de Río Grande y la Cámara Federal Penal de Comodoro Rivadavia, declara válida la denuncia del CECIM La Plata contra militares argentinos por estaqueamientos y malos tratos impartidos a sus soldados como «crímenes de lesa humanidad».

² Marcelo Gullo (2015), autor de la “teoría de la insubordinación fundante”, define el concepto como “una actitud de insubordinación ante el pensamiento dominante que permite un impulso estatal eficaz para lograr un umbral de poder necesario para convertirse en un actor internacional independiente”. Gullo reconoce dos momentos de insubordinación fundante en la historia argentina. El primero, se inicia durante el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas y se trunca en la derrota de Caseros, en 1852. El segundo, comienza en 1943 bajo el liderazgo de Juan Domingo Perón y es frenado por el golpe de estado de 1955.

³ En el derecho internacional público, se entiende por territorio a todos los espacios (terrestres o marítimos) que están bajo la soberanía o jurisdicción de un estado. Una de las consecuencias de la ocupación ilegítima por parte del Reino Unido, que abarca las Islas Malvinas, las Georgias del Sur y las Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes, es que de los 10.400.000 kilómetros cuadrados de territorio argentino, cerca de 3.000.000 están bajo el control británico.

Bibliografía consultada

Amossy, Ruth y Herchberg Pierrot, Anne (1997), “Stéréotypes et clichés”, París, Nathan (tr. al castellano “Estereotipos y clichés”, Buenos Aires, EUDEBA, 2003).

Cardoso, Julio, (2013), “Primer congreso latinoamericano. Malvinas, una causa de la patria grande”, Remedios de Escalada, UNLa. Disponible en: http://www.unla.edu.ar/documentos/observatorios/malvinas/1er_congreso.pdf

Guber, Rosana (2001), “¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra absurda”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

Gullo, Marcelo (2015), “La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones”, Caracas, El perro y la rana.

Pestanha, Francisco (2012), “La disputa por Malvinas”, Ciencias Sociales, Revista de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA, N° 80, abril.

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