Rodolfo Walsh como pensador descolonizador – Por Emmanuel Bonforti

Fuente: Portal Alba

Generalmente cuando se recuerda a Rodolfo Walsh se suele evocar su heroico y trágico final, sus cuentos póstumos, la relación con sus hijas, etc. En estas intercesiones del recuerdo se observa una mirada épica propia de la literatura setentista. El presente artículo no pretende invalidar el recuerdo de la figura de lentes y pensador que decidió enfrentar a los verdugos de la oligarquía poniendo su propio cuerpo. Sino muy por el contrario, el artículo invita a pensar a Walsh más allá del acontecimiento y de la acción, es decir, como un hombre comprometido con la cultura periférica.

La figura de Walsh ha ingresado al panteón de los héroes, motivos no faltan para recordar su épica, pero sin duda ésta se agiganta cuando en momentos regresivos para el pueblo argentino y para buena parte de la región, el pensamiento de Walsh se convierte en una herramienta práctica para analizar la realidad.

Walsh es mucho más que un periodista, que un traductor, que un criptógrafo, Rodolfo es un pensador de acción y un trabajador de la cultura en un país dependiente. Su labor fue desentrañar las ideologías de sistemas centrales; Fermín Chavez hombre del pensamiento vinculado a una matriz de reflexión nacional consideraba que el rol de los pensadores – no de los intelectuales- era «Desentrañar las ideologías de los sistemas centrales, en cuanto ellas representa fuerzas e instrumentos de dominación, es una de las tareas primordiales de los trabajadores de la cultura en las regiones de la periferia”. Walsh fue trabajador de la cultura con un intachable compromiso político producto de la dura coyuntura que le tocó atravesar en los últimos años de su vida.

Siguiendo a Fermín Chávez y en relación a Rodolfo Walsh, hay momentos que son propicios para que estos trabajadores de la cultura adquieran mayor relevancia, estos instantes históricos son los períodos de resistencia popular. Generalmente las mencionadas etapas coinciden con el cambio que motorizan las oligarquías nativas a las estructuras económicas y las relaciones de producción en las sociedades dependientes, es decir períodos de restauración conservadora. Estos cambios surgen de la íntima relación que establecen estas oligarquías con los imperios de turno. Figuras como las de José Hernández o Raúl Scalabrini Ortiz en cierta manera pueden vincularse con la idea de trabajador de la cultura, el cual desentraña las ideologías centrales que en países considerados semicoloniales son las que perpetúan la dominación y garantizan los cambios antipopulares impulsados por las oligarquías.

A mediados de los años 50 del siglo XX, una corriente de autores provenientes de la matriz nacional de pensamiento se enfrentaba al aparato teórico de la restauración del gobierno de Aramburu. La motivación de estos autores era explicar cómo se sostenía la dominación en un país semicolonial, es decir, en un territorio que es independiente desde lo político pero dependiente desde lo económico. A tal fin estos autores acudían al concepto de colonización pedagógica. Al centrar como variable independiente de la situación dominación a la penetración cultural, los pensadores consideraban que países como la Argentina presentaban una débil dosis de conciencia nacional en función de negar su pasado, de priorizar esquemas de representación importados, arterias de recepción y representaciones de pensamiento que debilitaban cualquier autodeterminación en materia de posición política.

La crítica literaria, los análisis de estilo y periodísticos, la proliferación de bibliografías y de relatos que evocan la figura de Rodolfo Walsh han bloqueado la posibilidad de pensarlo como un trabajador de la cultura como un pensador cuya tarea fue desentrañar las ideologías de los sistemas centrales, como lo han hechos tantos laburantes de nuestra cultura.

En primer lugar, Walsh como hombre de la cultura que impulsó la construcción de sentido nacional a través de su literatura y su obra ha tenido que recorrer el periplo de muchos autores hermanos quienes tuvieron que desaprender, resignificar, deconstruir – el lector elegirá el verbo apropiado-. Walsh en su maduración como pensador, político y militante va hacia un barajar y dar de nuevo constante, propio de los inestables escenarios políticos y sociales que atravesaron los países de la región a partir de las restauraciones conservadoras. En Walsh se observa durante los años de producción y compromiso la ardua tarea del pensador que debió reformular interpretaciones y construcciones simbólicas sobre la inestable realidad. Veremos cómo la obra de Walsh se encuentra sujeta a la tensión entre la estructura -es decir la coyuntura latinoamericana que imposibilita que la labor de los pensadores como Walsh pueda cristalizarse en una foto- y la acción de un agente creador inquieto e irreverente ante los moldes de una sociedad en descomposición.

Arturo Jauretche en el libro FORJA y la Década Infame[1] explica que para construir la matriz de pensamiento soberana junto con los otros hombres y mujeres de FORJA debió destruir todo el bagaje conceptual y la cosmovisión teórica política que cultivó hasta ese momento. Jauretche afirmaba que hubo que renunciar a todas las doctrinas y a las soluciones que venían enlatadas en bibliotecas, con certificado de procedencia importado. Esta situación terminaba generando una lectura adulterada de la realidad, de los procesos sociales y de la ubicación en la estructura de los diferentes actores sociales.

Walsh es parte de esta herencia y la de muchos hombres de su generación, que debieron derribar el antiperonismo y avanzaron en un proceso de fortalecimiento de la conciencia social y política que lo lleva aumentar sus niveles de participación y politización promoviendo un cambio de 180 grados respecto a su posición antes y después del golpe del 55.

En la obra de Walsh hay una serie de momentos que son bisagras para explicar su producción y sus posicionamientos en una coyuntura de avance de la oligarquía. Sin lugar a dudas un ejemplo de esto se da en el escenario de Operación Masacre, este libro que aparece como una novela testimonial en clave periodístico-literario en el que Walsh fue precursor, viene a dar cuenta de una minuciosidad antropológica en la recolección del dato y en el establecimiento de una nueva mecánica en la investigación.

Como trabajador de la cultura, Walsh observaba que hay momentos en que la manera de expresar la política se da bajo el parámetro de la cultura, ante un escenario prescriptivo y de censura la literatura le permite dar el rodeo necesario para explicar la realidad social y política. La utilización del recurso literario como mascarón de proa de una propuesta más amplia no escapa a otros escenarios históricos donde los trabajadores de la cultura debieron sortear situaciones similares a las Walsh en su tiempo. De hecho José Hernández debe eludir la censura del liberalismo en su obra Martín Fierro, a través de la gauchipolítica, Hernández ocupa el casillero de la resistencia con un estilo narrativo en el cual ensancha la base de los reclamos del sujeto social -el gaucho- que es perseguido en los comienzos del proceso de modernización excluyente en la Argentina.

Siguiendo esa línea otro de los hombres que a través de la literatura dan cuenta de la realidad adversa para los sectores populares es Raúl Scalabrini Ortiz en el libro El hombre que está solo y espera donde se busca a través de la literatura describir la anomia de la sociedad de la década del 30, donde el nihilismo y la falta de correspondencia no implican más que una ausencia de reconocimiento en la sociedad urbana de esa época. Scalabrini como hombre de la cultura está convencido que a través de estas piezas literarias es posible poner voz en sectores que no se ven interpelados en términos políticos.

Walsh, Scalabrini Ortiz o Hernández utilizan a la literatura para escapar sobre los intersticios que deja el sistema de la oligarquía. De esta manera Walsh ingresa en el panteón de pensadores creadores en la adversidad; el rol del hombre de la cultura surge desde la retaguardia pero impulsa la búsqueda de conciencia hacia lo propio. El mismo Walsh en un reportaje que le realizó Ricardo Piglia analizaba la obra de Scalabrini Ortiz en el registro del escritor comprometido, la retaguardia que utiliza la cultura para que en momentos de maduración puedan emerger expresiones que pongan fin al hostigamiento anti popular del liberalismo. De todos modos, alcanzar una producción literaria que avance en la búsqueda de conciencia no es tarea fácil para los hombres de la cultura en países semicoloniales, el escritor deberá romper con prenociones y deberá modificar su actitud natural ante la vida tratando de que la naturalidad de la literatura burguesa no sea un obstáculo que bloquee el asombro del escritor comprometido.

En esa línea por discutir los calendarios de la oligarquía y su agenda pedagógica, Walsh asume un rol protagónico como editorialista del movimiento obrero cuando ocupa la redacción del órgano de difusión de la Confederación General de los Argentino -CGTA-. Walsh en su crónica sobre el Cordobazo da muestra de una maduración periodística destacada, en este punto sentirá como otros hombres de su generación que en el Cordobazo la «historia» estaba paseando por las calles de la Docta –tal como se conoce a la provincia mediterránea-, la cronología de los hechos junto a una lectura antropológica refundadora del contrato social, la violencia del proceso social empujan a la reflexión sobre la verdadera motivación del hombre en una sociedad capitalista que tiene que ver con su emancipación, lo que implica dejar de ser lobo de su propia especie.

Pero el nuevo contrato basado en la soberanía y en la voluntad popular no surge únicamente como resultante de las agitadas jornadas cordobesas, sino que son estas jornadas las que le permiten a Walsh establecer un puente histórico y hilar en la construcción de un relato que rompe con la pedagogía de la dependencia. En una lectura en clave marxista y que desempolva históricamente el rol de la cultura en los países dependientes formula la famosa frase: «Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan.
La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas. Esta vez es posible que se quiebre el círculo…»

Nuevamente Walsh se presenta como un hombre de la cultura que rompe moldes, a través de la escritura, del género literario o del género periodístico, la literatura se muestra en una forma de expresión en la adversidad del ciclo histórico argentino y aparece como un escenario circular donde se reciclan los mismos actores con diferentes máscaras. Walsh intentó correr el velo de esas máscaras, pero su plus consistió no sólo en la denuncia sino en una práctica en la que dejó su vida.

[1] Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, movimiento político de tendencia yrigoyenista y popular que discute a la dirección conservadora de la Unión Cívica Radical

1 comentario

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


Necesitamos comprobar que el mensaje no es spam * Límite de tiempo se agote. Por favor, recargar el CAPTCHA por favor.