Miranda, Miguel (1891-1953) – Biografía

MIGUEL MIRANDA (1891-1953)

Nace en Buenos Aires, en 1891. Proviene de un hogar humilde de inmigrantes españoles. En su juventud, trabajó en la casa cerealista de Bunge y Born. Luego, instala una pequeña empresa de hojalatería.

En la época de la Segunda guerra Mundial ya se encuentra en condición de mediano empresario con intereses en hojalata, pesca y otras actividades industriales dirigidas al mercado interno.

Jauretche solía comentar que Miranda mantenía los rasgos del burgués clásico en tanto vivía en su fábrica de un barrio popular del sur (Parque Chacabuco), mantenía un permanente contacto personal con los operarios y no actuó como otros empresarios, que al consolidar una fortuna buscaban integrarse en la alta burguesía agrícologanadera. Se mantuvo fiel a su condición de industrial, a su gente, a su barrio.

Influido por la fuerte campaña opositora a Perón por parte de los medios y los partidos políticos, Miranda mantuvo al principio cierta desconfianza respecto al General, pero luego ambos comprendieron que estaban movidos por un proyecto similar: el desarrollo de una industria nacional que reemplazara las fuertes importaciones de la Argentina semicolonial. Perón juzgaba que una persona capaz de manejar con éxito sus propios negocios estaba mejor preparada que nadie para administrar los intereses económicos de la nación y lo convirtió a Miranda en un verdadero zar de la economía.

A partir del triunfo electoral y cuando aún no había asumido, Perón –por intermedio del presidente Farrel- adoptó una serie de disposiciones que habrían de servir de base a su proyecto de gobierno: se organizó el Consejo Nacional de Posguerra, se nacionalizó el Banco Central, cuya presidencia asumió don Miguel, se estableció el control de cambios, se creó el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI). Luego, Miranda pasó a presidir el Consejo Económico Nacional, desde donde promovió la nacionalización de empresas y servicios públicos hasta entonces en poder del capital extranjero, y aceleró por todos los medios la industrialización del país. Formó, alrededor suyo, un interesante equipo de apoyo, en el que sobresalieron Rolando Lagomarsino y Orlando Maroglio, empresarios textil y aceitero, respectivamente. con su colaboración se ponen en práctica instrumentos económicos novedosos como la nacionalización de los depósitos bancarios que, sin eliminar la banca privada, recupera para el Estado, el control del ahorro popular, sistema que provocaría, años después, elogiosos conceptos por parte de Mendés France, el político socialista francés.

Entre 1946 y 1950, la Argentina pudo consolidar su industria liviana, alcanzó plena ocupación y mejoró el nivel de vida popular. Desde ya, el proceso implicaba inflación pero ésta se mantuvo controlada y compensada con el aumento de producción.

El proyecto de quebrar el predominio inglés sobre la Argentina, sin caer en la dominación norteamericana y al mismo tiempo, provocar un alto crecimiento de las fuerzas productivas junto a una importantísima redistribución del ingreso, encontró dificultades de diverso tipo. Una de ellas residió en que no estalló la Tercera Guerra Mundial que por un momento pareció inevitable y a cuya eventualidad el gobierno apostó con todo (pues debería producirse, con una Argentina neutral, las consecuencias positivas que desencadenaron para nuestro país las dos anteriores contiendas mundiales); por otro lado, el Plan Marshall inundó de cereales baratos o gratuitos a los países europeos, otorgando a la Argentina una cuota insignificante, asimismo, la inconvertibilidad de la libra esterlina, decretada por Gran Bretaña, perjudicó nuestro comercio. A estas dificultades se sumó una intensa sequía (1949-1950) que disminuyó nuestra producción agropecuaria, al mismo tiempo que los precios internacionales caían, lo cual redujo la fuente de financiación de la industria nacional.

Ante tal contexto, los economistas ortodoxos criticaron la gestión de Miranda, quien renunció y se retiró a Montevideo donde pasó sus últimos años.

Hay indicios de que Perón habría establecido contactos para convencerlo de que volviera a ser funcionario de su gobierno, hacia 1953. Pero don Miguel ya se hallaba enfermo de gravedad.

Fallece por entonces a los 62 años y el suceso, según se comenta, provocó gran congoja en el General Perón.

En un empresariado hijo de la inmigración y titular de capitales nacionales, con escasa conciencia de su rol histórico y proclive a remedar pautas de la vieja oligarquía, Miguel Miranda resultó una de las pocas excepciones, consciente de la necesidad de disputar el mercado interno con los intereses extranjeros y sabedor de que sólo la plena ocupación y un salario real alto pueden asegurar la demanda para que la industria nacional se desarrolle con pujanza. Para esos años de la posguerra puede considerárselo la expresión más lúcida de una burguesía nacional en un país que lucha por quebrar la dependencia.

Fuente: Ricardo Alberto Lopa, Los Malditos, Tomo I, página 196. Ediciones Madres de Plaza de Mayo