Rosas, Juan Manuel de (1793 – 1877) – Biografía

JUAN MANUEL DE ROSAS (1793 – 1877)

Nació en Buenos Aires, en el seno de una familia patricia de viejo arraigo en la sociedad colonial, un 30 de marzo de 1793. Era hijo de León Ortiz de Rosas, administrador de las estancias del rey y capitán de su ejército. Su madre, Agustina López de Osorno, pertenecía a una familia de estancieros de la campaña bonaerense.

Precisamente en una de las estancias de la familia materna pasó su infancia –“El Rincón de López”- donde aprendió diferentes actividades relacionadas con la vida rural.

Ésta fue un constante alternar entre el campo y la ciudad donde realizó sus estudios en la escuela de Francisco Argerich.

Siendo un adolescente, en 1806, participó de la reconquista de Buenos Aires demostrando, según Liniers, “una bravura digna de la causa que defendía”. En cambio, en 1810, se mantuvo al margen. En 1819, sostenía: “Los tiempos actuales no son los de quietud y tranquilidad que precedieron al 25 de mayo. Entonces, la subordinación estaba bien puesta, las guardias protegían las líneas, sobraban recursos… Había unión”.

En 1813, contra matrimonio con Encarnación Ezcurra, quien con el tiempo se convertiría en una pieza clave para el desempeño político de su esposo.

Desde muy joven, su carácter impetuoso, lo llevó a separarse de su familia, alejamiento que ratificó al quitarse el “Ortiz” de su apellido. Por su cuenta, realizó aquello que había aprendido desde su infancia, en los campos de sus padres: es decir, negocios rurales. Más tarde, formalizó una sociedad con Juan Nepomuceno Terrero, dedicado a la actividad ganadera y saladeril. En poco tiempo, logró hacer una considerable fortuna.

En 1815, la sociedad Rosas–Terrero, conjuntamente con Luis Dorrego, establecieron el saladero “Las higueritas” en las proximidades de Quilmes. Al tiempo, adquirieron en la guardia del Monte, la estancia “Los Cerrillos”, el establecimiento más importante de los que tuvo Rosas.

La dedicación a las actividades rurales lo puso en contacto con toda la problemática propia de la campaña. Cosechó adeptos entre sus pares estancieros a los que representó ante el gobierno, pero también entre la peonada, gauchos, indios y vagabundos, a los cuales supo dirigir y administrar para cumplir sus objetivos. Afirmaba: “… hacía falta hacerme gaucho como ellos,… protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin no ahorrar trabajos ni medios para adquirir más su concepto”.

En 1820, los acontecimientos políticos permitieron la participación de Rosas en defensa del orden y la paz. Consolidado el gobierno de Martín Rodríguez gracias al respaldo de los hacendados –y de los Colorados del Monte, del propio Rosas –se dedicó a cumplir con las exigencias de los sectores rurales. Esta alianza habría de hacer crisis cuando el gobierno pasa a ser manejado por dos ministros (Rivadavia y Manuel García), que lo convierten en representante de la burguesía comercial de Buenos Aires.

Producida la renuncia de Rivadavia en 1827, los federales de Buenos Aires llevaron al coronel Manuel Dorrego como gobernador de la ahora provincia autónoma. Rosas fue nombrado comandante de la campaña y como tal organizó fuertes. La frontera se extendió mediante negociaciones de paz con los indígenas. Llegó a organizar un verdadero plan de colonización que incluía la integración de las poblaciones indias y la transformación de los fortines en centros de población y producción, intentando civilizar y transformar el desierto pacíficamente.

El derrocamiento de Dorrego y su posterior fusilamiento por parte de Lavalle, crearon las condiciones para que Rosas volviera a incursionar en la política. Ante la fuerte represión contra los federales bonaerenses, encabeza la rebelión masiva de la campaña. Lavalle debe pactar estableciéndose un gobierno provisional, a cargo de Viamonte. El 8 de diciembre de 1829, asume como gobernador Juan Manuel de Rosas con “la plenitud de facultades y libertad de acción que hoy más que nunca exigen las circunstancias”. Se convertía así en el único sostén del orden político y social con adhesión de los sectores populares y rurales. Con el transcurso del tiempo iría aumentando la confianza puesta en él por el resto de las provincias. Su gobierno tuvo como principal objetivo lograr la unificación política.

Finalizado su mandato le fue propuesto de parte de sus seguidores cumplir con un nuevo período frente a la gobernación, cuestión que rechazó en varias ocasiones. En cambio, se dedicó a realizar una campaña al desierto, con el propósito de alejar la amenaza que representaba el indígena en la frontera de la campaña bonaerense.

La revolución acaudillada por su esposa, favoreció su regreso al poder. El 7 de marzo de 1835, la Legislatura de Buenos Aires lo designó como gobernador de la provincia por cinco años, otorgándole la suma del poder político con objeto de sostener y defender la causa Nacional de la Federación.

Permaneció 17 años en el poder. Durante ese período, contó con el apoyo de los sectores populares de la provincia de Buenos Aires e inclusive, de la ciudad puerto. Los acontecimientos fundamentales de esa época son: 1) la defensa de la Confederación frente a dos intervenciones extranjeras (el bloqueo francés de 1834/40 y la intromisión de la escuadra anglo francesa en el Paraná, en 1845, concluyendo el conflicto recién en 1850). En ambas ocasiones, Rosas defendió la soberanía y recibió el apoyo de San Martín, desde Europa. 2) Ley de Aduanas: dictada en 1835, establecía recargos aduaneros para los artículos importados, política económica dirigida a establecer una alianza con las provincias interiores. 3) Reprimió severamente la acción de los unitarios, especialmente los provenientes del grupo rivadaviano, partidarios de la “libre importación” y del acercamiento a Europa, donde creían ver “la civilización” en oposición a “la barbarie” local. En lo ideológico, Rosas sostuvo la defensa del nacionalismo y del tradicionalismo.

La corriente historiográfica rosista lo considera un caudillo nacional, que cohesionó a las Provincias Unidas y expresó a los sectores populares de su época. Para la historiografía liberal es simplemente un tirano, que acumuló violencias y mantuvo al país en el atraso. La corriente historiográfica federal-provinciana lo reivindica en tanto defensor de la soberanía pero le critica: a) que la Ley de Aduanas fue aplicada por escaso tiempo, b) que las rentas aduaneras siguieron en manos de la provincia de Buenos aires y que al negarse al Congreso constituyente donde se nacionalizaría el puerto, Rosas defendía al centralismo porteño en perjuicio de las provincias interiores, aunque a través de una política más tolerable que la rivadaviana (Esto explica que caudillos populares como El Chacho Peñaloza y Felipe Varela se levantaran en armas, varias veces, contra Rosas), c) que cerrar los ríos era una política correcta frente a los países extranjeros, pero no para las provincias del litoral, a las cuales se tornaba así subsidiarias de la provincia de Buenos Aires, (Esto explica el apoyo del litoral a Urquiza cuando éste se pronuncia contra el Restaurador), d) que en materia agraria, los enfiteutas de la era rivadaviana se quedaron con las tierras y hubo una entrega a los sectores cercanos al poder, que consolidó el poder de los ganaderos, especialmente el de los Anchorena, de cuyos campos fue administrador el propio Rosas. (En su biografía de Rosas, Manuel Gálvez insiste en que el mayor sustento de este gobierno estaba en las clases altas, indicando las familias ganaderas que lo apoyaban) e) que en materia de comercio, no afectó el poder de los comerciantes ingleses de Buenos Aires, lo cual explica que éstos lo apoyasen.

Derrotado en Caseros, Rosas mantendrá una conducta irreprochable durante su largo exilio en tierra británica. Confiscados sus bienes, debió a pelar a la ayuda de algunos amigos (Urquiza, la viuda de Facundo, entre otros) para poder subsistir, al tiempo que trabajaba una pequeña chacra con sus propias manos.

Fallece el 14 de marzo de 1877. En Buenos Aires, deniegan el permiso a sus familiares para un funeral recordatorio. Los llamados “nobles odios” de que hablaba Mitre continuaban vigentes. Y su execración se difundió a través de libros de lectura, suplementos culturales, academias, etc. La oligarquía liberal, consolidada en el poder después de Pavón, para justificar su alianza con el capital inglés, tuvo necesidad de convertir en “demonio” y “expresión de atraso” a quien se había atrevido resistir la prepotencia de su Majestad Británica.

El General San Martín, en cambio, valoraba su política: “El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de La América del Sud le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción que como argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de La República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.

Ernesto Palacio señala: “Los episodios de la intervención anglo-francesa en el Río de La Plata, constituyen por la acción del Restaurador y su pueblo, una de las páginas más gloriosas de la historia argentina. En esos años, se decidió realmente nuestro destino y se afianzó de tal modo que las defecciones posteriores no lograron borrar todas sus consecuencias. En el dilema de ser una factoría extranjera o una nación libre, optamos por lo segundo, que era el camino del sacrificio y del honor. Y ello por obra de un jefe con sentido de la grandeza y de un pueblo que lo comprendió y lo sostuvo”. Esta audacia sería suficiente como para tanta denigración que cayó durante décadas sobre la figura de Don Juan Manuel.

Fuente: NANCY NORMA NOVICK – LOS MALDITOS – TOMO II – PÁGINA 149. Ediciones Madres de Plaza de Mayo