Una mirada nacional sobre Rodolfo Walsh – Por Iciar Recalde

Durante los últimos meses en vida, Rodolfo Walsh ocupó gran parte de su tiempo en intentar dilucidar una salida alternativa a la Conducción de Montoneros que evitase la fragmentación creciente del Frente Nacional de Liberación que nos llevaría, él lo sabía, a la tragedia que aconteció el 24 de marzo de 1976. Venía asumiendo amargamente que gran parte de la Tendencia había cortado las últimas amarras con el pueblo peronista. Quizá entendiese tardíamente, las estrategias desesperadas del viejo sabio al que su organización había combatido erróneamente y con frutos tan amargos, de contener a la tendencia (a sus muchachos, esos a los que amaba tanto como al pueblo argentino en su conjunto) dentro del movimiento porque pronosticaba la carnicería que vendría de manos de la oligarquía azuzada por el imperialismo norteamericano.

En fin. El caso es que Walsh, con todas sus luces y sombras, con todas sus contradicciones que son las del hombre de letras, las del intelectual y la de los sectores medios en el país semicolonial, forma parte de una generación de millones argentinos que proceso de nacionalización de pormedio, hicieron la opción por el país y aún derrotados y mutilados internamente por dolores y desgarramientos varios, conservaron hasta las últimas consecuencias la esperanza. Con absoluta vigencia en la actualidad (a pesar de las diferencias coyunturales) afirma en sus papeles Walsh: “En nuestro país es el Movimiento el que genera la Vanguardia, y no a la inversa, como en los ejemplos clásicos del marxismo. Por eso, si la Vanguardia niega al Movimiento, desconoce su propia historia y asienta las bases para cualquier desviación. Esa es la nota distintiva de la lucha de la Liberación en nuestro país, que debemos tener siempre presente (…) lo que existe en la realidad y no en los libros.” Y lo decía justamente un hacedor de ficciones…

Uno de los últimos recuerdos de Lilia Ferreyra estando ya clandestinos y escondidos en una casa. Dice que una tarde, llegaban nuevos vecinos en un camión de carnicería para ocupar la casa lindante: “Cuando se abrieron las puertas, bajó la vida. Un perro bajó ladrando y chicos, madre y padre, cuñados y sobrinos, fueron desembarcando muebles y herramientas. Comieron un asado y la fiesta duró todo el día. Apoyado en el alambrado y mirando el espectáculo, Rodolfo comprobó una vez más la inevitable ruptura entre la clandestinidad obligada de la vanguardia y la vida de la gente que intenta representar cuando se bifurca el camino que en algún momento histórico pudo ser común.”

“La experiencia cuesta cara y llega tarde”, enseñó el mismo sabio. Yo apuesto a que los argentinos, más temprano que tarde, aprenderemos.

Iciar Recalde

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