NECROLÓGICA, «Contra Mitre» – Por Luis Alén

«Contra Mitre», por el Dr Luis Alén, Director de la Lic. en Justicia y Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Lanús. El 25 de marzo de 2019 murió Bartolomé Luis Mitre. Con su muerte, dijo José Claudio Escribano (uno de los intelectuales orgánicos de la Tribuna de Doctrina) “se cierra para LA NACIÓN el ciclo de más de un siglo y medio en que cinco generaciones de hombres de una misma familia estamparon el apellido Mitre en la dirección del diario”. En efecto, desde su fundación y hasta ahora, siempre la dirección del matutino estuvo en manos de algún Mitre. Lo que garantizó coherencia en su línea editorial, siempre favorable a las concepciones elitistas de una clase que se apropió del poder en 1861, cuando el primero de los Mitre dio su golpe de Estado contra el segundo presidente de la era constitucional argentina, Santiago Derqui. Desde entonces y hasta ahora, LA NACIÓN permaneció inalterable, como una usina generadora de consensos a favor del conservadurismo político y el liberalismo económico, funesta mezcla a la que los argentinos debemos la mayor parte de nuestros sinsabores. Los panegíricos cantados por los opinólogos del diario de los Mitre en torno a la figura del director fallecido ofrecen datos imprescindibles para juzgar su figura. Entró al diario, recuerdan, en 1966. Época en que un golpe había desalojado del poder al gobierno semiconstitucional (porque nació de elecciones con proscripción) de Arturo Illia. Y por más que ahora no lo digan, LA NACIÓN no se amargó por eso. Mucho menos cuando tras los devaneos de un falso nacionalismo de Onganía, la conducción de la economía fue puesta en manos de Adalbert Krieger Vasena, acorde con la línea editorial del diario. Recuerdan también que como administrador y subdirector del diario, fue quien intervino en la adquisición de Papel Prensa. Pero, fieles a su trayectoria, deforman la  verdad. Dice Escribano “Hasta los últimos días celebró, como una de sus más acertadas decisiones, la de haber impulsado a LA NACION a aceptar la propuesta hecha por  miembros de la familia de David Graiver, cuando este desapareció en un accidente de aviación en 1976, de que LA NACION comprara parte del accionariado de esa empresa”. Falso. Ningún miembro de la familia Graiver hizo esa oferta. Se vieron compelidos a aceptarla, por las amenazas recibidas, y por la coacción de la dictadura que les hizo saber que debían vender la empresa al grupo de diarios que completaban Clarín y La Razón. Sigue Escribano “Más de treinta años después de concretadas aquellas negociaciones debió afrontar una denuncia interpuesta en 2009 por Lidia Papaleo y Rafael Iannover, en coincidencia con manifestaciones del entonces secretario de Comercio, Guillermo  Moreno, de que Papel Prensa debería quedar por entero en manos del Estado”. Falso otra vez. La querella por la apropiación ilegítima de Papel Prensa la presentó la  Secretaría de Derechos Humanos de la Nación en septiembre de 2010. Ninguno de sus términos hablaba de que la empresa debiera quedar en manos del Estado. Y puedo dar fe de ello porque fui uno de los firmantes de la querella, ya que me desempeñaba como Subsecretario de Protección de Derechos Humanos. Más tarde se sumaron como  querellantes particulares Lidia Papaleo y Rafael Ianover. Pese a que varios funcionarios judiciales (fiscales, jueces, camaristas) sostuvieron que se trataba de crímenes de lesa  humanidad, cometidos en el marco del plan sistemático desplegado por el Estado terrorista de 1976/1983, ni Bartolomé Luis Mitre ni ninguno de los imputados fueron  convocados a declarar. Ya en el gobierno Mauricio Macri, Julián Ercolini -cuya esposa supo desempeñarse como vocera de Germán Garavano, Ministro de Justicia del macrismo-, sobreseyó la causa haciendo suyas las manifestaciones de los abogados de LA NACIÓN y de Ernestina Herrera de Noble, y sin mencionar el cúmulo de pruebas  existentes en el expediente, que iban desde manifestaciones de los propios integrantes del Estado terrorista como los generales Villarreal o Camps, informes del Departamento  de Estado de los EE UU, declaraciones de testigos y víctimas, conclusiones periciales, etc., sobreseyó la causa. Hoy la Comisión Interamericana de Derechos Humanos tiene a  estudio la petición formulada por Lidia Papaleo con el patrocinio de Baltasar Garzón, para revisar ese injusto fallo. Mitre murió sin haber rendido cuentas. El fallecido director se incorporó a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), foro de los medios de derecha del continente, en los años 80. En 1982, todavía en plena  dictadura, asumió el cargo que desempeñaba al morir. Como ocurrió a lo largo de la historia de LA NACIÓN, fue ambiguo en su relación con el radicalismo que llegó al  gobierno en 1983. Desde 1890 en adelante, cuando el primero de los Mitre rompió la Unión Cívica nacida con la Revolución del Parque para transar con el Régimen, obligando  a Leandro N. Alem a fundar la Unión Cívica Radical, LA NACIÓN se opuso a las corrientes nacionales y populares de ese partido -su crítica feroz al yrigoyenismo y su apoyo al  golpe de 1930 fueron ejemplos de eso-, pero alentó a los sectores que buscaron pervertir el mandato de sus fundadores y transformar al radicalismo en un partido  liberal. Rememora Escribano (a su manera, claro) sobre los días en que este último Mitre asumió la dirección del diario: “Fue un tiempo de superposición de violencias y de un fenómeno de extraordinaria gravedad histórica, única en más de doscientos años desde la emancipación nacional. Años de plomo que habían comenzado a tomar forma en los años sesenta, dentro del molde regional perfilado desde La Habana, insuflado por lecturas gramscianas y contribuciones trotskistas a la violencia, pero potenciado todo en  lo esencial por la apelación a los recursos operables en manos de los grandes actores en el contexto mundial de la guerra fría”. La línea editorial claramente expuesta. Para LA  NACIÓN no se trató, nunca, de la violencia impuesta por las clases dirigentes a las que cada uno de los Mitre sirvió, sino de la respuesta de las clases populares (de aquí y del  mundo entero) ansiosas de lograr su verdadera emancipación. Claro, si el primer Bartolo encarceló opositores en barcos anclados en el Río de la Plata, persiguió y asesinó opositores en yunta con Domingo Faustino Sarmiento (allí quedaron el Chacho y sus montoneras como recuerdos de aquel primer terror impuesto desde el Estado), cómo iba el último Bartolo a criticar a los genocidas que seguían en ejemplo de su tatarabuelo. Claro que no. En palabras de Escribano, esos fueron “Años en que la prensa republicana informó a menudo entre los intersticios y entrelíneas que aprovechaba para el  cumplimiento de su misión tan perturbada desde el poder. Años de dictadura militar, sí, pero engendrada en medio de la atmósfera de enajenación colectiva”. ¿Informó LA NACIÓN entre intersticios y entrelíneas? Salvo que uno piense que apoyar a la dictadura era una enrevesada maniobra que escondía la crítica, resulta difícil de pensar alguna crítica oculta en editoriales como la del 25 de marzo de 1976, que decía “La crisis ha culminado. Ni hay sorpresa en la Nación por la caída de un gobierno que  estaba muerto mucho antes de su eliminación por vía de un cambio como el que se ha operado. En lugar de aquella sorpresa hay una enorme expectación. Todos sabemos que  se necesitan planes sólidos para facilitar la rehabilitación material y moral de una comunidad herida por demasiados fracasos y dominada por un escepticismo contaminante. Precisamente por la magnitud de la tarea a emprender, la primera condición es que se afiance en las Fuerzas Armadas la cohesión con la cual ha actuado hasta aquí. Hay un país que tiene valiosas reservas de confianza, pero también hay un terrorismo en acecho». Por las dudas, otra editorial agregaba que “Las Fuerzas Armadas y los empresarios tienen la misma necesidad de alcanzar éxito en esta etapa que se inicia; el fracaso podría  reivindicar, si se produce, tendencias populistas que ni las Fuerzas Armadas ni los empresarios quieren”. El 19 de noviembre de 1976, LA NACIÓN dedicaba en su tapa el principal artículo a un “Expresivo discurso del General Videla”, subrayando en otra nota “La necesidad de revitalizar las instituciones”. Igualmente, informaba que María Estela Martínez era investigada por un cheque, y que había “Detenidos por subversión en la Universidad del  Sur”, nota que asimismo anoticiaba que habían sido abatidos en La Plata a otros ocho extremistas. Eran los días en que Bartolomé Luis Mitre recibía en las oficinas de su diario  a Lidia Papaleo y Rafael Ianover, obligados a firmar un contrato que nunca vieron y por el que nada percibieron, salvo sus posteriores secuestros y torturas. El 2 de abril de 1977 LA NACIÓN dedicaba su editorial a “Una paz que merece ser vivida”, alabando al gobierno como expresión de las fuerzas armadas, y al llamamiento hecho por Videla a la convergencia con los civiles. Para muestra, esos botones. ¿Los intersticios y entrelíneas de la prensa republicana? Bien, gracias. El peronismo fue una llaga que los Mitre nunca pudieron curar. Mucho menos en su vertiente kirchnerista. Antes de asumir el gobierno Néstor Carlos Kirchner, Escribano le  había planteado los cinco puntos que debería llevar adelante su gestión, y ante la negativa de Kirchner, le había augurado poca duración a su gobierno. LA NACIÓN reiteraría sus deseos en las elecciones de 2007 y 2011 y se regocijaría con el triunfo de Macri en 2015. Eso sí, por las dudas le dictaría sus condiciones en materia de derechos humanos: terminar con los juicios, liberar a los represores. El triunfo de Alberto y Cristina en las elecciones de octubre de 2019 trajo para el diario de los Mitre el retorno de la pesadilla. Desde entonces militan desembozadamente para lograr el fracaso del gobierno, o acaso la ruptura entre los integrantes de la fórmula. Todo ello acaeció mientras Bartolomé Luis Mitre fue directivo de LA NACIÓN. Ahora su muerte es llorada por ADEPA, la SIP, la AMIA, la Asociación Argentina de Publicidad, el  Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, Mauricio Macri y su esposa, Juliana Awada; Horacio Rodríguez Larreta; Patricia Bullrich y el Pro; el presidente de la  Sociedad Rural Argentina, Daniel Pelegrina; María Eugenia Vidal; Waldo Wolff; , Hernán Lombardi, y otras figuras de la derecha argentina. Dime quiénes te saludan y te diré quién fuiste… La muerte no se celebra. Formo parte de una generación que celebró la vida, aún cuando decidió arriesgarla en pos de la construcción de un mundo mejor. No celebro, pues, la  muerte de Bartolomé Luis Mitre. Pero el hecho de su deceso no hace olvidar quién fue ni su trayectoria, siempre contraria a las causas populares. Porque la muerte no se celebra pero tampoco exonera. Dr. Luis Alén, Director de la Lic. en Justicia y Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Lanús. Fuente: Megáfon UNLa

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


Necesitamos comprobar que el mensaje no es spam * Límite de tiempo se agote. Por favor, recargar el CAPTCHA por favor.